Llevo semanas encerrada entre dos “zulos”. Uno, el de las mañanas: mi actual trabajo como enfermera de empresa. Otro, el de las tardes: mi espacio de creación, mi despacho, mi refugio. Desde aquí te escribo hoy, no para compartir una solución mágica ni para contarte que todo está bien. Vengo a compartirte una reflexión real, honesta y, sobre todo, necesaria.
Porque si eres enfermera y te sientes atrapada en un trabajo que ya no puedes sostener emocional ni físicamente, este post es para ti.
Cuando sabes que el trabajo te está haciendo daño… pero no puedes dejarlo
Durante mucho tiempo, trabajé en el hospital público. Y aunque sabía que ese entorno era incompatible con mi salud mental, con mis valores y con mi forma de vivir la profesión, me costó muchísimo dejarlo.
No la profesión, el trabajo. Ese lugar concreto. Esa plaza por la que tanto luché. Ese entorno que, en teoría, era “el sueño” de cualquier enfermera: estabilidad, salario, reconocimiento. Pero que en la práctica se convirtió en una fuente constante de ansiedad, frustración y agotamiento.
Y me preguntaba: ¿por qué no soy capaz de dejarlo, si sé que me está destruyendo?
Las cadenas invisibles que nos atan a un trabajo tóxico
He descubierto que no se trata solo de un empleo. Hay cadenas invisibles que nos atan a esos lugares que nos hacen daño. Y esas cadenas, cuando eres enfermera, suelen tener tres formas:
-
Miedo al cambio, a lo desconocido, al “y si me va peor”.
-
Apego emocional a la profesión, al servicio público, a esa plaza que costó tanto conseguir.
-
Y, de lo que quiero hablarte hoy en concreto: el apego económico.
El apego económico: cuando las finanzas mandan más que tu bienestar
Esta idea no la saqué de un manual de enfermería, sino de libros de educación financiera y espiritualidad. Y me hizo clic.
La mayoría de nosotras, como enfermeras, pertenecemos a la clase media. Y eso, aunque parezca una ventaja, tiene una cara oculta: tenemos más facilidad para endeudarnos. Hipotecas, préstamos, cuotas… todo por ese perfil “seguro” que tanto le gusta al banco.
Y ahí empieza la trampa.
Tienes un sueldo estable. Te compras un coche, un piso. Adquieres compromisos financieros que te atan. Entonces, cuando tu trabajo empieza a afectarte psicológica y emocionalmente, no puedes permitirte dejarlo. Literalmente.
Porque necesitas hacer esas noches, esos festivos, necesitas ese complemento de turno, ese extra del hospital público. Aunque eso signifique vivir con ansiedad constante, con ataques de pánico, con insomnio. Aunque tu cuerpo y tu mente griten que pares.
El sistema te premia por aguantar… no por cuidarte
Lo paradójico es que, incluso cuando encuentras un trabajo mejor para tu salud mental (como es mi caso actual, en enfermería de empresa), el sueldo es menor. Y si tu estilo de vida está construido sobre un salario alto (aunque venga de un entorno tóxico), será difícil sostener ese cambio.
Esto es lo que yo llamo vínculo económico con el trabajo. Una especie de matrimonio forzado entre tus ingresos y tu sufrimiento. Y cuanto más endeudada estás, más difícil es salir de ahí.
Yo logré empezar a soltar ese lazo vendiendo cosas por Wallapop, reduciendo gastos al mínimo y bajando mis expectativas de ingresos. Pero sé que no todo el mundo puede hacerlo de la misma forma. Hay quienes tienen hijos, cargas familiares, realidades distintas.
Aun así, creo que siempre se puede hacer algo. Siempre hay un primer paso hacia el cambio.
¿Cómo reinventarte si el sistema te quiere atrapada?
Las enfermeras somos un perfil “perfecto” para el sistema: estables, responsables, trabajadoras, entregadas. Y por eso mismo, también somos blanco fácil para el endeudamiento. Pero nadie nos enseña educación financiera. Nadie nos prepara para esto.
Antes de hipotecarte, de atarte a un salario tóxico, de firmar papeles que te van a condicionar años de vida, te invito a informarte, leer, formarte en lo que no nos enseñaron en la carrera: cómo funciona el dinero, cómo funciona tu mente, cómo priorizar tu salud.
No te digo que renuncies mañana. Solo que empieces a mirar tu realidad con otros ojos.
Si estás en crisis, no estás sola
Escribo esto porque sé lo que se siente. Porque estuve ahí. Porque a veces parece que nadie te entiende si quieres dejar ese trabajo que “cualquiera querría”. Pero tú sabes lo que pesa. Lo que cuesta levantarte cada día. Lo que estás perdiendo por seguir aguantando.
Y quiero que sepas que no estás sola.